Aunque a simple vista desde tierra, la costa rocosa batida violentamente y con mucha frecuencia por las olas pudiese parecer un lugar poco propicio para la vida, la realidad es completamente diferente. Las diferentes alturas que el mar consigue con las mareas y la fuerza del oleaje ayudan a delimitar una serie de franjas que permiten aproximarse a la gran biodiversidad existente.
Este es el lugar propicio para la existencia de plantas adaptadas a tan duro medio como la famosa hierba de enamorar (Armeriamaritima), vinculada a rituales del conocido santuario de san Andrés de Teixido (norte de la provincia de A Coruña); el perejil marino (Crithmun maritimun); o liquenes y algas como la Fucus spiralis, entre otras. También se dan bígaros y lapas, la bellota de mar (Balanus perforatus), mejillones (Mytilus galloprovincialis), nécoras (Necora puber), cangrejos ermitaños (Diogenes pugilator), erizos y estrellas de mar.
Y ya en los puntos muy expuestos a la fuerza de las olas, allí donde las condiciones son más duras como en la punta de O Roncudo, se dan los curiosos percebes (Pollicipes cornucopia) que aunque sorprenda, son de la familia de los crustáceos como los bogavantes, los camarones, los cangrejos o los langostinos. De hecho, los mejores percebes cuentan que son los del invierno, cuando hay más vagas de mar. E incluso mejores son los conocidos popularmente como "percebes rana", aquellos que están en los huecos más hondos de las rocas sin ver la luz.
Ya en mar abierto, nadan mamíferos marinos como el delfín mular (Tursiops truncatus) y la pequeña y amenazada marsopa común (Phocoenaphocoena).